sábado, 2 de octubre de 2021

Barrios coloridos: mejoran el ánimo, pero no la calidad de vida

El artista plástico Benito Quinquela Martín decía que cuando La Boca, en Buenos Aires, tuviera todas las calles llenas de color iba a convertirse en una inmensa sonrisa junto al Riachuelo. No es nuevo que los colores transmiten diversas emociones. Así, cuando un barrio cambia las fachadas descoloridas y llenas de humedad y se viste de rojo, azul, naranja, rosa, y amarillo, es esperable que esto tenga algún impacto en los vecinos.

En la capital, el municipio encaró mejoras en las paredes de algunos complejos de departamentos y monoblocks. La intervención les agradó a los vecinos porque se eligieron colores alegres para cada torre. “Les cambiaron el paisaje a los residentes porque las paredes estaban muy desmejoradas”, señaló Alfredo Toscano, secretario de Obras Públicas. Los barrios beneficiados fueron el Oeste II, El Gráfico, 112 Viviendas, Hipólito Yrigoyen (Ex Diza), Municipal, Vial III, Ampliación El Parque y Jardín.

Lavada de cara

En el Oeste II, cientos de personas se mueven a diario. Van de un almacén a otro, pasan por la farmacia, esquivan perros callejeros, saltan entre los charcos que se forman por las pérdidas de agua y las roturas en el pavimento. Reniegan por la basura desparramada en cada cuadra, por la falta de luminarias, por los autos abandonados y, sobre todo, por la violencia y la inseguridad. A pesar de este escenario, hay algo que alegró a la mayoría de los vecinos: que las paredes sucias y descoloridas de los monoblocks hayan sido pintadas con llamativos colores.

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La pintura, sostienen, fue una lavada de cara para el barrio. Aún les faltan muchas cosas para ser un lugar próspero. “Pero al menos es menos deprimente la imagen de nuestro querido vecindario”, evalúa Rosa Páez. Fue una de las primeras en llegar al complejo de monoblocks que construyó el Instituto de la Vivienda y entregó hace 35 años.

Rosa, a quienes todos la saludan al pasar, tiene 72 años. Muy pocas arrugas adornan su rostro. Es más conocida como Quica. “Me encanta ver todo colorido. Yo creo que tiene que servir de incentivo para que los vecinos veamos que sí se puede mejorar”, sostiene la mujer, que habita uno de los monoblocks pintado de azul eléctrico. Esta maestra particular y profesora de folclore recuerda cómo era la vida en el barrio hace más de 15 años. “Los chicos podían jugar tranquilos, sin peligros. Pero desde hace una década todo cambió; ya no podemos salir sin ponernos en riesgo. Hay droga y episodios violentos. Hace poco un alumno mío quedó en medio de una balacera y lamentablemente murió”, lamenta.

Una queja frecuente en la zona es por la apropiación de los espacios comunes que hacen algunos residentes del barrio. “A nadie le importa nada”, explica Quica. Según señala Lorenzo Martínez, hay personas que construyen negocios y e inclusive cocheras en sitios que les pertenecen a todos en el barrio. También protesta por la falta de mantenimiento del césped y las plantas.

A medias

Aunque algunos monobocks quedaron pintados a medias en el barrio y eso enoja a algunos vecinos, lo cierto es que el Oeste II se tranformó en un inmenso y colorido cuadro que atrae las miradas de quienes pasan por ahí en vehículos.

El canillita Ricardo Chacana, de 65 años, es uno de los personajes más conocidos del barrio. Llegó hace más de 30 años, crió a todos sus hijos y ahora ve crecer a sus nietos allí. Asegura sentirse feliz en el barrio, a pesar de los problemas que los rodean. Se queja con insistencia de la inseguridad, las adicciones y la violencia. Tiene los recuerdos muy presentes de aquellos años en que se hacían fiestas en las calles, jugaban al carnaval a la siesta entre los vecinos o se armaban vibrantes partidos de fútbol. “Lamentablemente se perdió mucho el respeto por la vecindad y hoy la gente pasa mas tiempo puertas adentro”, evaluó el hombre. Según calcula hay 1.500 familias viviendo en este gran barrio ubicado al oeste de la ciudad, a pocas cuadras del Camino del Perú.

“Me gustaría que todo mejore. Los colores le cambiaron la cara al barrio y le dieron un poco de alegría; pero esto necesita una transformación más profunda que la pintura sola no puede hacer”, apunta la hija del canillita, Jorgelina, de 36 años.

También en el barrio El Gráfico, ubicado al sur de la capital, las pinturas coloridas de los 12 monoblocks lograron transformar una zona muy deteriorada y sin ningún atractivo en una enorme pintura que rompe la monotonía. Si bien este vecindario padece los problemas que afectan a gran parte de la provincia (inseguridad, adicciones y violencia), los vecinos luchan por mantenerse unidos. “A mí si me cambió el estado de ánimo… antes era deprimente ver todos estos edificios  descoloridos. Me pone de buen humor que mi barrio esté más lindo. Faltan hacer muchas cosas, pero por algo hay que empezar”, señala, agradecida, Carmela González, de 57 años.

Los sentimientos

Alegría, esperanza, felicidad. Muchos son los sentimientos que despiertan los colores vivos y vibrantes. Y, por eso, distintos barrios del mundo buscan explotar esta cualidad para atraer a los turistas o, simplemente, para alegrar la vista de sus residentes.

Caminito en Buenos Aires, Kampung Pelangi en Indonesia y las famosas favelas en Brasil se anotan nen la lista. Los vecindarios coloridos también se pueden ver en México y Colombia y hasta en Groenlandia y Dinamarca. ¿Es cierto que los colores pueden favorecer el bienestar de los habitantes de un barrio? ¿Pintar los frentes de los edificios puede ser la llave del cambio en las zonas que tienen muchos problemas?

Marta Casares, arquitecta y urbanista, directora del Observatorio de Fenómenos Urbanos Territoriales de la UNT, opina que cualquier intervención sobre la ciudad, ya sea para rehabilitarla o para incluir áreas, es bienvenida. “Estas acciones generan efectos de carácter virtuoso en la calidad de vida de los ciudadanos cuando incrementan la habitabilidad”, explica.

“Sin embargo, en sociedades como las nuestras, mejorar la calidad de vida y el bienestar desde las políticas urbanas es más que cosmética. Implica promover la inclusión y equidad social”, añade la especialista, que estuvo y está al frente de programas urbanos de mejoras de zonas vulnerables como por ejemplo la Costanera. “Nuestros trabajos están orientados a restituir derechos fundamentales, y por lo tanto constituyen políticas de derechos humanos. Esto incluye desde completar y mejorar la infraestructura urbana hasta acciones específicas sobre el uso y el goce del espacio público de calidad y sobre la vivienda”, especificó. Y apuntó que existe una gran deuda en políticas urbanas: “debemos apostar a un modelo que tienda a la sostenibilidad”.

En el mismo sentido se expresan los arquitectos Claudia Gómez López y Luis Lobo Chaklián. “La pintura por sí sola no puede mejorar la calidad de vida de un barrio”, sostiene la directora del Centro de Estudios del Territorio y Hábitat Popular (Cetyap) de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la UNT.

Lobo Chaklián, quien durante 17 años se desempeñó como subsecretario de Planificación Urbana de San Miguel de Tucumán, opina que las fachadas de colores no pueden generar grandes transformaciones, especialmente si esos trabajos de mejoramientos no involucran a los vecinos. Al contrario, cuando en el proceso de cambiar la imagen de un vecindario se les da herramientas a los habitantes para que ellos sean los artífices de la innovación, eso contribuye a fortalecer los vínculos de la comunidad. Y ahí es donde empieza el verdadero cambio.

FuenteLa Gaceta

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