Máximo Pablo Thomsen, “Machu” para sus amigos, solía lavar su auto los fines de semana en la vereda de su casa de dos plantas en Zárate frente a la cancha de Defensores Unidos, no saludaba mucho a los vecinos que pasaban. Tenía ambiciones como jugador de rugby: se había cambiado de club hace tres años, a los 17, pasó del Arsenal Náutico donde jugó toda su vida e hizo amigos al más competitivo CASI en San Isidro, a cien kilómetros de su casa, donde nunca se terminó de integrar al grupo. Todos esos planes ya no sirven. La semana pasada, el CASI anunció que lo suspendía, que la acusación en contra de Thomsen no tenía nada que ver con lo que el club predica.
Hoy por la mañana, después de diez días de dormir en una comisaría, Máximo duerme en la cárcel. El sector de alcaidía del penal de Dolores lo recibió con una cama cucheta en una sala colectiva: sus nueve amigos de Zárate están junto a él en la cárcel centenaria, aislados de otros presos. Lo acusan –junto al resto del grupo– del crimen más conmocionante de los últimos tiempos: matar a golpes a la salida de un boliche a Fernando Báez Sosa. Es su primera vez en la cárcel, con 20 años de edad, no tiene antecedentes penales en la provincia, no figura en los legajos del Ministerio de Seguridad o en el sistema de la fiscalía general en Campana, con jurisdicción en Zárate.
Entre todos los acusados de lo que se considera en el código de los presos como un crimen de cobardes, Thomsen se lleva la peor parte: es el más complicado de todos. Junto a Ciro Pertossi, jugador del Arsenal, fue acusado de la autoría material del crimen en un primer momento. Sin embargo, los testigos en las ruedas de reconocimiento apuntaron directamente contra él. “Qué cagada se mandaron”, le dijo uno de los “extras” en las ruedas, jóvenes reclutados por la Policía Bonaerense para mezclarse entre los imputados. “Sí, sí”, le respondió Thomsen, gastado, con la cara demacrada de no dormir. Thomsen habla menos que antes. A mediados de la semana pasada le había dicho a otro “extra” que el ataque había sido “una pelea común, pero desmedida”. Cuando cayeron los diez, Thomsen ofició de capitán junto a Ciro, los calmó a todos en la comisaría, trató de mantener un frente unido, dicen fuentes cerca del caso. Luego se negó a declarar, se negó a entregar la clave de su iPhone que fue enviado a la Policía Federal para ser peritado.
Las ruedas no son lo único que lo complica. Los videos de la noche del crimen lo ponen en un rol preponderante, vestido con una camisa negra semiabierta, bermudas. Se lo ve eufórico junto a Fernando Báez Sosa, golpeado en el piso mientras comenzaba a morir. Se incautó un par de zapatillas ensangrentadas en la casa que ocupaban los rugbiers en la zona de Pinar del Norte que serán peritadas: en ese video, Thomsen tiene un par idéntico, chatas de lona negra, suela blanca.
Otro video lo muestra en una posición incómoda: es el del interior de la disco Le Brique, en donde se ve cómo un patovica lo echa tomado del cuello. Tuvo que usar la fuerza contra Thomsen, le aplicó una llave mata-leao, o mataleón, típica del jiu-jitsu brasileño y las artes marciales mixtas. También hay otras pruebas, nuevas, testimonios, dedos que le van directamente a la cara.
Son dos testimonios, de dos chicos que estuvieron presentes en el momento en el que asesinaban a Fernando Sosa en la puerta del boliche Le Brique y que decidieron hablar ante la fiscal del caso, Verónica Zamboni. Las declaraciones para la Justicia son claves porque ninguno de ellos es amigo de la víctima, espectadores neutrales del trágico crimen. En las dos testimoniales surge una coincidencia ineludible. Ambos señalan a la misma persona como la que se ensañó con Fernando y le pegó patadas hasta matarlo: Máximo “Machu” Thomsen.
Esto fue lo que dijeron:
El primero de los testigos comienza relatando que llegó a Villa Gesell de vacaciones junto a un amigo y cómo comenzó la noche del crimen en el interior del boliche: “Había mucha gente en el lugar, mucho calor, casi no se podía respirar. Alrededor de las 4 de la mañana vimos una pelea, yo no lo vi tan claro porque estábamos lejos. Solo vi que eran hombres y que volaban piñas. En eso se acercó un patovica y sacó a un grupo de chicos (en alusión a Fernando y sus amigos). Luego los patovicas vuelven a sacar a otro grupo que son los que después vi afuera peleándose en frente a Le Brique, los agresores”.
Entonces, la fiscal Zamboni le pregunta al testigo si puede describir a alguno de los jóvenes del grupo que fueron echados del boliche. El testigo no duda en describir a uno en particular: “Era de contextura robusta. Pero no gordo sino de cuerpo trabajado. Tenía pelo corto, rapado a los costados y lacio arriba de color morocho. Tenía una camisa oscura con botones desprendidos y una bermuda clarita. Ese fue el que más me llamo la atención porque el personal de seguridad cuando lo sacan lo tenían agarrado con una llave del cuello y él se quería soltar, se resistía a salir. Hacía tanta fuerza que lo tuvieron que sacar entre dos o tres patovicas”.
La imagen coincide con los videos. Para los investigadores que escucharon el testimonio no quedan dudas de que la descripción que hace este primer testigo corresponde a Thomsen.
El segundo de los testigos, que también estaba adentro del boliche y luego salió y presenció el asesinato, describe a dos integrantes más de la banda de rugbiers: “Había uno que tenía remera clarita y pantalones largos oscuros. Era robusto pero no de gimnasio, más bien gordito. Tenía a los costados el pelo más corto y arriba ondulado”. Se cree que en este pasaje se refería a uno de los Pertossi. “Había otro que me llamó la atención. Tenía un rodete en el pelo tipo samurai. Era flaquito y de altura media”, concluyó. Se sospecha que este último es Matías Benicelli.
En la continuidad del relato, ambos testigos cuentan que salieron del boliche por la excesiva cantidad de gente y por el calor que hacía. Este es el momento en el cual describen de manera cruda lo que vieron en la puerta de Le Brique cerca de las 4:45 de la mañana, el momento del crimen de Fernando.
“Estaba en la puerta charlando con un amigo cuando veo que en la vereda de enfrente del boliche había un Volkswagen Vento que se empieza a sacudir. Pongo mi atención ahí y veo piñas que vuelan. Yo estaba enfrente de donde estaba la supuesta pelea pero justo a la altura de donde cae Fernando, que es al lado de la trompa del auto que describí. Vi todo. Vi claramente cuando le pegaban”, señaló el primer testigo.
Luego, el testigo número 2 contó cómo comenzaron los golpes directamente a la víctima: “El de camisa oscura (Thomsen) le pegaba piñas y patadas solo a Fernando. Otro más alto le pegaba a un amigo de Fernando, no lo vi pegándole directamente a él. A este chico también le pegaba el del rodete y cada vez que se intentaba levantar le volvían a pegar”.
La secuencia continúa con lo contado por el primero de los testigos, con detalles específicos: “Lo veo a Fernando arrodillado, tratando de defenderse con los brazos, él estaba imposibilitado de pegar, solo trataba de defenderse. La persona que más le pegaba era el que tenía la camisa oscura desprendida que describí más adelante. Este chico parecía el líder del grupo, era el que iba al frente y el que más pegaba”. El testigo vuelve a hacer alusión clara a Máximo Thomsen.
“También veo que le pega una segunda persona, que adentro yo no lo había visto. Llevaba una remera blanca y tenía el pelo corto con rulos. También tenía pantalón largo oscuro de contextura robusta pero más bien gordo. Este chico le pegó a Fernando patadas y piñas. Había dos más que estaban de espaldas a mí que también le pegaban. En ese momento Fernando cae al piso”, cuenta el joven.
En este momento el testigo 1 se adentra en la parte puntual en la que la víctima recibe los golpes que le sacaron la vida: “Cuando Fernando estaba ya en el piso, los dos que estaban de espaldas se alejan. Quedan los dos que le pegaban de frente. Uno de ellos le daba patadas en el sector de las costillas. El otro, el de camisa abierta (Thomsen), queda al lado de la cabeza y le empieza a pegar puntinazos, es decir con la punta de la zapatilla. Fueron dos puntinazos del lado izquierdo de la cabeza. Le pegaron de muchas formas”.
“Luego esta misma persona (Thomsen) flexiona sus rodillas y agarra a Fernando de los pelos, creo que con la mano izquierda. Después le pega dos o tres patadas más, creo que con la pierna derecha. Luego de eso lo suelta y arenga a seguir pegándole. Decía: ‘Dale, cagón, levantate’. Cuando Fernando estaba en el piso, el único que vi que le pegó en la cabeza fue el chico de camisa negra”, señaló el testigo.
En otro tramo de la declaración, el joven habla de las personas que para la Justicia son partícipes necesarios por haber impedido que alguien ayudara a Fernando, principalmente su amigo T., que fue a defenderlo y resultó golpeado: “Había otro del grupo de los agresores que no pegaba pero estaba deambulando por ahí. En un momento veo que otro chico, no sé si era amigo de Fernando porque no los conozco, que se quiere meter a ayudarlo. Cuando se acerca, el chico que merodeaba le pegó una piña en la cara, en el lado izquierdo. El chico retrocede y cruza para el lado que yo estaba”.
En ese momento de la declaración la fiscal le pregunta al testigo si esos golpes que recibió el amigo de Fernando fueron efectivamente para impedir que la víctima fuera auxiliada. La respuesta es contundente: “Sin dudas, cada vez que intentaba incorporarse para ayudar a Fernando le volvían a pegar y caía al piso. También le daban puntapiés”.
El testigo 1, a raíz de otra pregunta de la fiscalía, relató los calificativos que escuchó decir a los rugbiers para con Fernando: “Escuché diferentes voces, no puedo precisar quiénes fueron, pero sí escuché que a Fernando le decían ‘negro de mierda’. Era obvio que se lo decían a él porque era el único de tez morena al que le estaban pegando”.
“Luego de que le pegan al amigo de Fernando que trata de asistirlo, veo que una señora que estaba del lado izquierdo de Le Brique, y un señor que estaba del lado derecho, reaccionan y el ataque frena por ellos. La mujer cruza desesperada diciendo que dejen de pegarle porque lo iban a matar. Ahí los agresores se empiezan a asustar porque la gente les empieza a gritar y se alejan. Precisamente se ubican en las mesas que están en la puerta del restaurante de la izquierda”, explicó el testigo.
“Ahí vuelvo a escuchar al que para mí era el líder (Thomsen) que seguía gritando y arengando para que vayan a pelearse. No le gritaba a Fernando sino a todos: ‘Dale, cagones, vengan’. El resto del grupo estaba detrás de él. Si bien no decían nada, el lenguaje corporal era de querer seguir peleando. Estaban con los puños cerrados, el pecho inflado y un movimiento ascendente y descendente de sus brazos”, siguió.
En el final de la declaración, el testigo, a pedido de la querella comandada por Fernando Burlando, cuenta cuál fue la impresión que le quedó de la víctima: “Me quedó la imagen de una persona débil por los golpes que recibía. En ningún momento pegó, solo trataba de defenderse. No agredía pero le seguían pegando. No fue una pelea, porque Fernando no dio pelea en ningún momento. Solo recibió golpes”.
Este mismo joven que declaró durante más de una hora en las fiscalías estuvo presente en la última jornada de la rueda de reconocimiento. Cuando estuvo parado frente a Máximo Thomsen y debió reconocerlo, se largó a llorar. Entró en crisis. No pudo soportar ver la cara de quien él identifica como el que le pegó las patadas mortales a Fernando. Tuvo que ser asistido por psicólogos.
La entrada “Dale, cagón, levantate”: las nuevas pruebas que muestran la furia de Máximo Thomsen se publicó primero en La Crítica.
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